¿Brevedad o poema-río? ¿Será más "sencillo" escribir un poema escueto o concebir un texto poético de sesenta u ochenta versos? Son interrogantes que siempre han permanecido en mi mente sin que yo pueda encontrar, acaso, una respuesta satisfactoria. Estas preguntas surgen a propósito de la publicación de Absolutamente nada (Edición del autor, 2008), primer poemario de Luis León (Lima, 1983). Son cincuenta poemas numerados, desprovistos de título; la mayoría de ellos no sobrepasa los quince versos. Primera impresión: la cantidad de textos me parece algo excesiva. Obviamente, no se puede exigir que todos los poemas tengan el mismo nivel, porque ello sería un vana utopía; sin embargo, calibrar la calidad de cinco decenas de textos no es tarea fácil para ningún creador.
Algunas veces, León se complace en la contemplación de una escena con imágenes de hálito clásico: "Absorto y flotante se cuece/ Un prisma/ En torturada agua". En otras ocasiones, se percibe la frustración del yo poético al no materializar sus proyectos y, para ello, se emplean metáforas orientacionales que organizan el espacio a partir de la oposición arriba-abajo: "Cuando por los aires me desenvuelvo/ Se derraman las alas/ Y se agudiza/ Mi apetencia de subir. El poeta utiliza oxímoros ("Suenan sonidos sordos./ Tempestad"), procedimiento que recuerda los recursos de la poesía conceptista (particularmente, Francisco de Quevedo en "Definiendo el amor", cuando aserta "Es hielo abrasador, es fuego helado") y la senda inagotable de la lírica de Vallejo, quien en Trilce afirma: "Así muerta inmortal. / Así".
Pienso que Absolutamente nada es testimonio del indudable talento de su autor; no obstante, hay una confianza desmesurada en la expresión directa. Es cierto que se emplean recursos figurativos como los antes mencionados, pero eventualmente la expresión directa hace que el poema pierda algo de fuerza: "Un hombre aparece lejos/ Detrás/ Antes de los umbrales/ Apenas respira". Aquí el lector puede tener la sensación de algo incompleto: el ritmo no acompaña al sentido de manera lograda. Esperemos que el próximo libro de León pueda superar estos obstáculos y así enriquecer el variopinto panorama de la nueva poesía en el Perú.
Diferente es la poética de Ricardo Ayllón (Chimbote, 1969), quien ha publicado los poemarios Almacén de invierno (1996), Des/nudos (1998) A la sombra de todos los espejos (2003), y los libros de relatos Monólogos para Leonardo (2001), Baladas del ornitorrinco (2005) e Imberbes (2005). Su último libro es Un poco de aire en una boca impura (Ornitorrinco Editores, 2008), provisto de un poema liminar y de cuatro partes: "En la bahía", "Instrucciones para tu delirio", "Crónica del guardián del piélago" y "Cuaderno de obcecaciones". Ayllón combina el verso con el poema en prosa a través de un rico instrumento metafórico que intenta construir un imaginario basado en personajes como Azagar ("antiguo rapsoda en cuya memoria se erige esta mitología", como anota el propio poeta a pie de página), Cascurno, Unicré y Lopino, regiones de cierta bahía.
La propuesta es, en mi opinión, demasiado ambiciosa, sobre todo, por el empleo del poema en prosa, género dificilísimo. Por ejemplo, Saint-John Perse en Anábasis utilizó esta modalidad, pero amplió el léxico considerablemente a través de la inclusión de un vocabulario que provenía, es particular, de las ciencias naturales. Sin duda, Ayllón maneja bien el ritmo y tiene gran habilidad para metaforizar, mas su universo representado no significa --todavía-- una nueva propuesta en el ámbito de la poesía peruana actual. Por eso, preferimos los textos en verso, como el poema liminar, donde dice sin ambages: "Cuando hace falta verdad/ Cuando no existe la luz de un anhelo/ Y las orquídeas se encogen como/ Una estrella ofendida/ Mejor sería tomar el camino del agua/ Sumergirse en el humo callado/ De una boca cerrada".
Ayllón desea ir a contracorriente y construir un universo mitológico propio; no obstante, aún su propuesta no cuaja plenamente. No nos convence el vasto empleo de esas referencias culturales, tampoco allí observamos una crítica a la civilización occidental a partir de la vuelta a un mundo lleno de sugestiva simbología. Ahora bien, sería injusto negar al poeta el arduo trabajo realizado. Sucede que el proyecto poético, por momentos, rebasa la buena voluntad del artista de la palabra. La poética de Paul Guillén (Ica, 1976) revela la asunción de algunas propuestas del iconoclasta grupo Hora Zero, encabezado por Tulio Mora, Juan Ramírez Ruiz, Jorge Pimentel y Enrique Verástegui. Infatigable animador cultural, Guillén dirige el blog y la revista virtual Sol negro. Han salido a luz sus poemarios La muerte del hombre amarillo (2004) y La transformación de los metales (2005). También ha escrito ensayos sobre la poesía joven en el Perú. Su último libro es Historia secreta (Lustra y Centro Cultural de España, 2008), casi íntegramente constituido por poemas en prosa. Hay un buen manejo de la enumeración caótica y de los símiles sobre la base de un proyecto iconoclasta que busca reivindicar a los marginados (por ejemplo, los ahorcados y los habitantes del ande) para darles voz en la textura del poema. Tengo algunas objeciones: la cosmovisión quechua no siempre parece amoldarse al poemario como conjunto. Se habla de la cumbre y de los árboles del Waytapallana; pero, a la vez, se alude al Gólgota y a la noción occidental de que el poeta se asocia con la locura ("la historia del Perú es un manicomio de poetas"). Hay ciertos ecos de satanismo ("El cinema de Satán") que remiten a tópicos románticos algo desgastados (recuérdese "La letanías de satán" de Charles Baudelaire, verbigracia).
Al margen de ello, hay momentos donde brilla el talento de Paul Guillén, sobre todo, en los textos más escuetos: "El poema penetra los astros, los tallos, la espina y el zapato. Las esporas sangrientas, franqueando el peso de todos los elementos, relinchan a la hora final de la historia secreta". Allí se logra, con sindéresis, un poema francamente redondo. Fluye la enumeración con sutileza y evidencia cómo Guillén es capaz de sugerir una atmósfera con tantos pocas palabras. Labor, sin duda, nada fácil.
En síntesis, tres poemarios, tres voces. Indicio de que la poesía peruana sigue buscando nuevos caminos de modo inagotable.
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