LIBRO SOBRE JOSÉ WATANABE
En diez días, aproximadamente, saldrá la edición de mi libro que llevará por título Mito, cuerpo y modernidad en la poesía de José Watanabe. Se trata de seis ensayos. El título de cada uno de ellos es el siguiente: "De cómo la poesía de JW nació en Laredo", "JW y el río de los años setenta", "JW, el haiku y la sabiduría del silencio", "El huso de la palabra y el abismo de la modernidad", "Historia natural: el bestiario a la orilla del mito", "Cosas del cuerpo: la vida es solo física". Aquellos que deseen adquirir el libro, pueden escribirme al siguiente correo: ensayo00@yahoo.com; aquí va un adelanto del mencionado volumen.
INTRODUCCIÓN
Quisiera empezar contando una historia. George Moore envía un telegrama extenso al poeta José Emilio Pacheco pidiéndole que le conceda una entrevista, pero esta se frustra de modo súbito. El artífice de Irás y no volverás escribe un poema para explicar por qué recusa el diálogo con los periodistas: “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato”; allí afirma que no tiene nada que agregar a sus textos. El receptor debe solazarse con la lectura de estos, pues la poesía es “una forma de amor que solo existe en silencio,/ en un pacto secreto entre dos personas,/ de dos desconocidos casi siempre”. La biografía, según el poeta mexicano, debe quedar de lado y ceder ante la presencia de un manojo de palabras elegidas con la habilidad de un tejedor de sílabas en la pasividad de la noche. Pacheco termina con esta sentencia: “En realidad los poemas que leyó son de usted:/ Usted, su autor, que los inventa al leerlos”.
Me imagino el asombro que habrá sentido Moore al recibir la negativa del poeta, pero también quisiera reflexionar sobre el papel del lector en la construcción del sentido de una obra literaria. El emisor es hermano del receptor: aquel vive únicamente a través de la interpretación de este. Pacheco subraya que la gente se preocupa por la vida del artista (a quien ve como un payaso de circo) y ya no se interesa por descifrar el sentido de los poemas o novelas. Algo parecido ha sucedido con la recepción de la obra de César Moro: la crítica ha puesto en el centro la homosexualidad del escritor y ha dejado en la periferia el rico material figurativo-simbólico que se desprende de sus poemas. Es decir, nuevamente la falacia del biografismo: la página del escritor refleja al pie de la letra la vida del autor real. Aclaremos: no se trata de desconocer la biografía del escritor, sino de centrar la atención en el texto artístico y no tanto en aquélla, pues ¿cómo algunas obras anónimas han quedado como monumentos de nuestra tradición cultural si se desconoce hasta el nombre de su hacedor?
La biografía del autor real no determina el sentido del poema, sino que el universo imaginario de este remite a otros textos (los mitos de la región de la que procede el poeta, por ejemplo). Algunas experiencias del autor real pueden haber influido en la gestación de la obra; pero el escritor transforma la biografía en ficción.
Este conjunto de ensayos no tiene la pretensión de objetividad de una tesis universitaria, sino que es una primera aproximación exegética a la poesía de José Watanabe (Laredo[1], La Libertad, 1946), quien pertenece a la denominada Generación del Setenta. Lo conocí hace algunos años y me sorprendió la sencillez con la que leía sus versos y se comunicaba con el público. No había la arrogancia del elegido ni la voluntad parricida que han caracterizado a ciertos miembros de su generación. Me parecía que Watanabe era un maestro oriental que disponía los tres versos del haiku con la sabiduría y prudencia de un hombre que, al despuntar el alba, ha meditado sobre la cotidianidad que todos los seres humanos debemos afrontar y así desprende una enseñanza sin los vanos ropajes de la solemnidad.
Pienso que es un autor clave de la literatura hispanoamericana por la manera como ha bebido de dos tradiciones (la oriental y la occidental) para producir una poesía donde dialogan dos o más culturas y en esa suerte de intercambio de valores y visiones del mundo hay un efluvio de contradicciones y procesos de exclusión que son susceptibles de ser analizados desde la óptica de la crítica literaria. ¿La razón? La cultura occidental, durante mucho tiempo, fue considerada como la cultura por antonomasia, pero ahora ese edificio comienza a entrar en un serio deterioro y empezamos a percibir la necesidad de aproximarnos a otras prácticas culturales excluidas, hecho que permita dar una respuesta a la crisis del mundo occidental (pérdida de valores, racionalidad instrumental, barbarie tecnológica).
Este libro intenta ser un acercamiento a la poesía de Watanabe a partir de la lectura de El huso de la palabra (1989), Historia natural (1994) y Cosas del cuerpo (1999)[2]. Elegí esos tres poemarios porque allí se observa el pensamiento mítico, una reflexión sobre el cuerpo en la modernidad y una crítica de la racionalidad instrumental. Creo que la poesía de Watanabe puede ayudarnos a comprender la crisis del mundo de hoy. Como lector, he descubierto en aquella una preocupación central por la inclusión del discurso de los marginales y por hacer de este planeta un lugar más humano. Comencé a leerla desde principios de los años noventa y, cada vez que emprendo un viaje por avión o tren, dispongo en mis maletas un lugar para esos tres poemarios e incluso, sin darme cuenta, me he ido aprendiendo de memoria los versos de tanto repetirlos y de reflexionar sobre su mensaje.
¿Cuál es la perspectiva metodológica que preside este conjunto de ensayos? Considero que el método debe adaptarse al texto y no a la inversa, pues la utilidad de aquél es desentrañar los intrincados laberintos de este. Rechazo el mero lucimiento de una terminología que toma al discurso literario como un subterfugio y deja de lado la dimensión intersubjetiva y esclarecedora de la crítica literaria. Si uno analiza un poema es para echar luces sobre el sentido de éste y no para convertir el método en un fetiche que sea un fin en sí mismo. También descreo de la aplicación, en las humanidades, de algunos esquemas atados a un paradigma que viene de la lógica formal o del positivismo. El ensayista debe asumir su subjetividad, pero ésta tiene que estar sistematizada y sujeta a un cierto control para que no distorsione su percepción del objeto de estudio. Por ello, estoy de acuerdo con una óptica plurimetodológica donde entren en correlación (a la manera de un diálogo platónico) la antropología, la historia y la crítica literaria. Todo ello al servicio del esclarecimiento del sentido del texto. Claro está que mi interpretación no es la única posible, pero quisiera suscitar la discusión sobre un objeto de estudio muy poco abordado por la crítica literaria en el Perú. No hay un solo libro que aborde exclusivamente la poesía de Watanabe: la pobreza de la bibliografía secundaria --salvo algunas excepciones-- es francamente penosa y revela un inexplicable desinterés por una obra que cada vez logra mayor reconocimiento en el extranjero: ¿cuándo estudiaremos a nuestros poetas como si fueran clásicos en vez de imitar ciegamente los modelos teóricos que vienen del país del norte y de Europa?
Además, pienso que el crítico literario debe tener un punto de vista interdisciplinario y realizar un trabajo de campo para profundizar en el estudio del pensamiento mítico de Laredo que subyace a la escritura de Watanabe. En ese sentido, hemos realizado entrevistas a ciertos informantes con el propósito de reconstruir los hilos de una visión mágico-religiosa, cuyas resonancias se dejan sentir en El huso de la palabra e Historia natural.
A través de una perspectiva que se nutre del pensamiento mítico y de una reflexión sobre el cuerpo como espacio sobre el cual se ejerce el discurso del poder, Watanabe medita acerca de la racionalidad instrumental[3] y la barbarie tecnológica que priman en la modernidad como prácticas cotidianas que intentan controlar el cuerpo y el lenguaje de los individuos. Alguien vigila nuestros movimientos y no deja que utilicemos determinados vocablos. Como decía Michel Foucault[4], se trata de toda una tecnología del poder que opera de manera directa o sutil para someter al cuerpo y controlar el discurso de los hablantes.
Pero qué es la modernidad. Como sabemos, es una etapa que se caracteriza por el cambio constante, la heterogeneidad (pluralidad de comportamientos y expresiones discursivas) y la presencia de una literatura que ejerce una crítica despiadada del pasado: el hombre emplea su racionalidad para analizar todos los fenómenos, incluido el problema del lenguaje; por eso, los hechos adquieren una dimensión histórica y supraindividual de manera que la eternidad, entendida a la manera medieval, pasa a un segundo plano[5].
Hay que añadir, además, el papel que adquiere el individuo como entidad que exige el respeto a su actitud crítica y libertad de opinión. No debemos confundir la modernidad con la modernización. Por ejemplo, si uso radares o computadoras, pero pienso como Luis XIV; entonces he optado por la modernización tecnológica, mas no constituyo un ejemplo de un individuo moderno en el sentido estricto del término porque pienso que el Estado soy yo y que no debe haber una separación de poderes ni un respeto a la libertad ni a la actitud crítica del individuo. Así, el uso de máquinas y dispositivos de enorme complejidad instaura una forma de novedad por la cual el individuo se enfrenta (premunido de una tecnología avanzada) a la conquista de la naturaleza; sin embargo, ello no significa necesariamente la materialización de un verdadero proyecto de modernidad.
Como afirman Lakoff y Johnson[6], pensamos a través de metáforas. Éstas no solo son un asunto de poetas sino que gran parte de nuestro pensamiento se estructura sobre la base de estas figuras literarias, de metonimias y sinécdoques; pero algunas de ellas nos ayudan a vivir, y otras, a morir. Cuando alguien afirma que la guerra es la única salida a la crisis del mundo actual, construye una metáfora que nos ayuda a morir. En cambio, cuando Watanabe dispone sus versos, esculpe metáforas que permiten la convivencia entre los seres humanos, entonces vemos que, como decía César Vallejo:
el punto por donde pasó un hombre ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla.
Invito al lector a transitar por las habitaciones de la poesía de Watanabe. Se trata de un viaje a través de la magia de la palabra, travesía inacabable.
Me imagino el asombro que habrá sentido Moore al recibir la negativa del poeta, pero también quisiera reflexionar sobre el papel del lector en la construcción del sentido de una obra literaria. El emisor es hermano del receptor: aquel vive únicamente a través de la interpretación de este. Pacheco subraya que la gente se preocupa por la vida del artista (a quien ve como un payaso de circo) y ya no se interesa por descifrar el sentido de los poemas o novelas. Algo parecido ha sucedido con la recepción de la obra de César Moro: la crítica ha puesto en el centro la homosexualidad del escritor y ha dejado en la periferia el rico material figurativo-simbólico que se desprende de sus poemas. Es decir, nuevamente la falacia del biografismo: la página del escritor refleja al pie de la letra la vida del autor real. Aclaremos: no se trata de desconocer la biografía del escritor, sino de centrar la atención en el texto artístico y no tanto en aquélla, pues ¿cómo algunas obras anónimas han quedado como monumentos de nuestra tradición cultural si se desconoce hasta el nombre de su hacedor?
La biografía del autor real no determina el sentido del poema, sino que el universo imaginario de este remite a otros textos (los mitos de la región de la que procede el poeta, por ejemplo). Algunas experiencias del autor real pueden haber influido en la gestación de la obra; pero el escritor transforma la biografía en ficción.
Este conjunto de ensayos no tiene la pretensión de objetividad de una tesis universitaria, sino que es una primera aproximación exegética a la poesía de José Watanabe (Laredo[1], La Libertad, 1946), quien pertenece a la denominada Generación del Setenta. Lo conocí hace algunos años y me sorprendió la sencillez con la que leía sus versos y se comunicaba con el público. No había la arrogancia del elegido ni la voluntad parricida que han caracterizado a ciertos miembros de su generación. Me parecía que Watanabe era un maestro oriental que disponía los tres versos del haiku con la sabiduría y prudencia de un hombre que, al despuntar el alba, ha meditado sobre la cotidianidad que todos los seres humanos debemos afrontar y así desprende una enseñanza sin los vanos ropajes de la solemnidad.
Pienso que es un autor clave de la literatura hispanoamericana por la manera como ha bebido de dos tradiciones (la oriental y la occidental) para producir una poesía donde dialogan dos o más culturas y en esa suerte de intercambio de valores y visiones del mundo hay un efluvio de contradicciones y procesos de exclusión que son susceptibles de ser analizados desde la óptica de la crítica literaria. ¿La razón? La cultura occidental, durante mucho tiempo, fue considerada como la cultura por antonomasia, pero ahora ese edificio comienza a entrar en un serio deterioro y empezamos a percibir la necesidad de aproximarnos a otras prácticas culturales excluidas, hecho que permita dar una respuesta a la crisis del mundo occidental (pérdida de valores, racionalidad instrumental, barbarie tecnológica).
Este libro intenta ser un acercamiento a la poesía de Watanabe a partir de la lectura de El huso de la palabra (1989), Historia natural (1994) y Cosas del cuerpo (1999)[2]. Elegí esos tres poemarios porque allí se observa el pensamiento mítico, una reflexión sobre el cuerpo en la modernidad y una crítica de la racionalidad instrumental. Creo que la poesía de Watanabe puede ayudarnos a comprender la crisis del mundo de hoy. Como lector, he descubierto en aquella una preocupación central por la inclusión del discurso de los marginales y por hacer de este planeta un lugar más humano. Comencé a leerla desde principios de los años noventa y, cada vez que emprendo un viaje por avión o tren, dispongo en mis maletas un lugar para esos tres poemarios e incluso, sin darme cuenta, me he ido aprendiendo de memoria los versos de tanto repetirlos y de reflexionar sobre su mensaje.
¿Cuál es la perspectiva metodológica que preside este conjunto de ensayos? Considero que el método debe adaptarse al texto y no a la inversa, pues la utilidad de aquél es desentrañar los intrincados laberintos de este. Rechazo el mero lucimiento de una terminología que toma al discurso literario como un subterfugio y deja de lado la dimensión intersubjetiva y esclarecedora de la crítica literaria. Si uno analiza un poema es para echar luces sobre el sentido de éste y no para convertir el método en un fetiche que sea un fin en sí mismo. También descreo de la aplicación, en las humanidades, de algunos esquemas atados a un paradigma que viene de la lógica formal o del positivismo. El ensayista debe asumir su subjetividad, pero ésta tiene que estar sistematizada y sujeta a un cierto control para que no distorsione su percepción del objeto de estudio. Por ello, estoy de acuerdo con una óptica plurimetodológica donde entren en correlación (a la manera de un diálogo platónico) la antropología, la historia y la crítica literaria. Todo ello al servicio del esclarecimiento del sentido del texto. Claro está que mi interpretación no es la única posible, pero quisiera suscitar la discusión sobre un objeto de estudio muy poco abordado por la crítica literaria en el Perú. No hay un solo libro que aborde exclusivamente la poesía de Watanabe: la pobreza de la bibliografía secundaria --salvo algunas excepciones-- es francamente penosa y revela un inexplicable desinterés por una obra que cada vez logra mayor reconocimiento en el extranjero: ¿cuándo estudiaremos a nuestros poetas como si fueran clásicos en vez de imitar ciegamente los modelos teóricos que vienen del país del norte y de Europa?
Además, pienso que el crítico literario debe tener un punto de vista interdisciplinario y realizar un trabajo de campo para profundizar en el estudio del pensamiento mítico de Laredo que subyace a la escritura de Watanabe. En ese sentido, hemos realizado entrevistas a ciertos informantes con el propósito de reconstruir los hilos de una visión mágico-religiosa, cuyas resonancias se dejan sentir en El huso de la palabra e Historia natural.
A través de una perspectiva que se nutre del pensamiento mítico y de una reflexión sobre el cuerpo como espacio sobre el cual se ejerce el discurso del poder, Watanabe medita acerca de la racionalidad instrumental[3] y la barbarie tecnológica que priman en la modernidad como prácticas cotidianas que intentan controlar el cuerpo y el lenguaje de los individuos. Alguien vigila nuestros movimientos y no deja que utilicemos determinados vocablos. Como decía Michel Foucault[4], se trata de toda una tecnología del poder que opera de manera directa o sutil para someter al cuerpo y controlar el discurso de los hablantes.
Pero qué es la modernidad. Como sabemos, es una etapa que se caracteriza por el cambio constante, la heterogeneidad (pluralidad de comportamientos y expresiones discursivas) y la presencia de una literatura que ejerce una crítica despiadada del pasado: el hombre emplea su racionalidad para analizar todos los fenómenos, incluido el problema del lenguaje; por eso, los hechos adquieren una dimensión histórica y supraindividual de manera que la eternidad, entendida a la manera medieval, pasa a un segundo plano[5].
Hay que añadir, además, el papel que adquiere el individuo como entidad que exige el respeto a su actitud crítica y libertad de opinión. No debemos confundir la modernidad con la modernización. Por ejemplo, si uso radares o computadoras, pero pienso como Luis XIV; entonces he optado por la modernización tecnológica, mas no constituyo un ejemplo de un individuo moderno en el sentido estricto del término porque pienso que el Estado soy yo y que no debe haber una separación de poderes ni un respeto a la libertad ni a la actitud crítica del individuo. Así, el uso de máquinas y dispositivos de enorme complejidad instaura una forma de novedad por la cual el individuo se enfrenta (premunido de una tecnología avanzada) a la conquista de la naturaleza; sin embargo, ello no significa necesariamente la materialización de un verdadero proyecto de modernidad.
Como afirman Lakoff y Johnson[6], pensamos a través de metáforas. Éstas no solo son un asunto de poetas sino que gran parte de nuestro pensamiento se estructura sobre la base de estas figuras literarias, de metonimias y sinécdoques; pero algunas de ellas nos ayudan a vivir, y otras, a morir. Cuando alguien afirma que la guerra es la única salida a la crisis del mundo actual, construye una metáfora que nos ayuda a morir. En cambio, cuando Watanabe dispone sus versos, esculpe metáforas que permiten la convivencia entre los seres humanos, entonces vemos que, como decía César Vallejo:
el punto por donde pasó un hombre ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla.
Invito al lector a transitar por las habitaciones de la poesía de Watanabe. Se trata de un viaje a través de la magia de la palabra, travesía inacabable.
[1] Situado en la provincia de Trujillo, cuya capital es la ciudad del mismo nombre, al norte del Perú.
[2] Las ediciones que son la base de nuestro ensayo son: El huso de la palabra. Lima Seglusa, 1989; Historia natural. Lima, Peisa, 1994, y Cosas del cuerpo. Lima, Caballo Rojo, 1999. Cada vez que cite un poema de Watanabe en su totalidad, colocaré al final del mismo la página para que el lector pueda ubicar rápidamente la referencia.
[3] Cf. Crítica de la razón instrumental, de Max Horkheimer. Madrid, Ed. Trotta, 2002.
[4] Cf. Michel Foucault. Vigilar y castigar, Nacimiento de la prisión. Buenos Aires, Siglo XXI, 1991.
[5] Cf. Octavio Paz. Los hijos del limo. Vuelta. Bogotá, Ed. Oveja Negra, 1985, p. 10 y ss.
[6] Lakoff, George [y] Mark Johnson. Metáforas de la vida cotidiana. Madrid, Cátedra, 1995, p. 39 y ss.
Comentarios
José L. Gamarra
Saludos. La introducción a su libro sobre JW está muy interesante. Hemos consignado en nuestro blog la cita de José Emilio Pacheco sobre la poesía.
Anacarsis Klooth
Ciencia y literatura: plan lector
R.D.A.