LOS CIEGOS DE CARLOS ORELLANA
Pienso, como muchos, que todo concurso de poesía entraña alguna dosis de arbitrariedad. No resulta sencillo saber elegir cuál poemario será el ganador. Depende, sin duda, del gusto de cada uno de los integrantes del jurado. Sobre gustos y colores no hay nada escrito --reza el conocido refrán. No es fácil ponerse a discutir acerca de las preferencias personales, que, como su nombre lo indica, depende de las lecturas de cada individuo: ¿cuáles son los límites de lo justificado y de lo arbitrario? No tengo una respuesta definitiva aquí, solo tanteos, vacilaciones y una enorme incertidumbre.
Que esta breve introducción nos sirva para comentar la aparición de Soñar de ciegos (2008)* de Carlos Orellana, libro que obtuvo el primer premio en el VI Concurso Nacional de Poesía "José Watanabe Varas", convocado por la Asociación Peruano Japonesa. Debo admitir que, en todos los casos, los volúmenes que han obtenido este galardón me han parecido consistentes: El amor rudimentario de Carlos López Degregori, Placer fantasma de Mariela Dreyfus, Poca luz en el bar y otros poemas de Jaime Urco, por ejemplo, son textos muy bien estructurados y de una vasta capacidad sugestiva. El poemario que motiva esta reseña no es una excepción a la regla.
Provisto de un buen manejo rítmico, Orellana se inserta en el ámbito de la poesía conversacional, que tiene en José Emilio Pachecho y Antonio Cisneros a dos de sus representantes más ilustres. Uno de los rasgos medulares de esta escritura es su tono desmitificador que, en Soñar para ciegos, se asume con un inflexión personal. Orellana desmitifica las ruinas arqueológicas de Roma antigua, pues la Piazza Navona o la Puerta Flamínea terminan opacadas al lado de las bellas piernas de una joven romana de inquietante belleza: "Desde una mesa observo las piernas vivas de las jóvenes romanas". El yo poético prefiere las toronjas a los rascacielos de Tokio. El maquinismo resulta desenmascarado: "Veo a estos jóvenes copular con máquinas,/ Obtener orgasmos de un modo casi obsceno y criminal". Los poetas italianos aparecen en situaciones tan cotidianas, de manera que se habla de Umbertito Saba o de Salvatore Quasimodo comiendo jamón del norte en el Cordano. La belleza de las mujeres de antaño agoniza "En los obituarios de 'El Comercio'". Se busca la lírica en los bolsillos propios, como si fuera una moneda que se arroja en el vacío. Se cuestiona, como Rimbaud, la llamada racionalidad instrumental que reduce lo racional a lo útil: "Solo me sumerjo en ese vacío imperfecto/ que se llama prosperidad y que cada día entiendo menos./ La economía es enemiga de la poesía".
Soñar de ciegos es un libro que se lee con fluidez y transparencia. Los versos corren como el borbotear de un manantial y combinan las metáforas con expresiones directas. A la manera de Pacheco aunque sin la densidad conceptual de este, Orellana se sumerge en una poesía desacralizadora. Los íconos son derribados por un manojo de versos en la soledad de la noche.
*Orellana, Carlos. Soñar de ciegos. Lima: Asociación Peruano Japonesa, 2008.
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