JOSÉ WATANABE ENTRE NOSOTROS

Hace un año, víctima de una penosa enfermedad, falleció José Watanabe (1946-2007), uno de los grandes poetas de la llamada Generación del 70. Estaba gozando de un merecido prestigio tanto en el Perú como en el extranjero. Se había convertido en un autor de culto a quien los lectores seguían con inusual perseverancia: cada presentación de un nuevo volumen de Watanabe era un verdadero éxito y revelaba esa magia de la palabra que caracterizaba su honda poesía.

Se dio a conocer con un breve pero intenso poemario: Álbum de familia (1971), que mereció el Premio Poeta Joven del Perú en 1970. Pasaron varios años y el poeta de Laredo no publicó ningún libro. Sin embargo, en 1989, salió a luz El huso de la palabra, texto que lo consagró como una de las voces esenciales de la poesía del siglo XX. Allí observamos que la de Watanabe es una escritura sincrética donde se dan cita el pensamiento mítico de Laredo, la influencia de las religiones orientales manifiesta en el haiku, un tono irreverente e irónico, un paradigma de la poesía conversacional absolutamente restructurado y cierto lenguaje del cuerpo asociado a una reflexión desmitificadora de los íconos de la cultura oficial. Poemas como "Como si estuviera debajo de un árbol" desembocan en reflexiones críticas en torno a la modernidad instrumental (lo útil es lo único real) y plantean el retorno a una relación más espontánea entre el hombre y la naturaleza sin caer en estereotipos románticos ni en un culto al yo, el cual se observa, con claridad meridiana, en otros poetas de la Generación del 70.

Luego vendría Historia natural (1994) que consolidó la propuesta de El huso... porque formuló un bestiario donde a partir de una anécdota visual el poeta medita en torno al asombro de la existencia y a la fugacidad de ésta. Aparecen rasgos del mundo andino en la lírica de Watanabe a través del pensamiento mítico de Laredo; pues su madre le contaba relatos que despertaban la imaginación de José cuando él era niño, narraciones que constituyeron una de las principales fuentes de su poesía.

Escueto poemario, Cosas del cuerpo (1999) fue, sin duda, una verdadera sorpresa. Poetas como Eielson (Noche oscura del cuerpo, por ejemplo) habían concebido una literatura intensa sobre la base del motivo del cuerpo; sin embargo, Watanabe afina su mirada irónica e irreverente, e imagina que el cuerpo es un espacio donde lo grotesco tiene su indubitable hermosura. "El guardián del hielo" es una restructuración absolutamente novedosa del tópico del carpe diem, basada en una observación de la vida de los marginales y en un principio de solidaridad: "No se puede amar lo que tan rápido fuga./ Ama rápido dijo el sol,/ y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,/ a cumplir con la vida:/ yo soy el guardián del hielo".

Uno de sus últimos poemarios, La piedra alada (2006) tuvo una resonancia indiscutible en España y dio inicio a su consagración internacional. El poema que da título al libro evidencia cómo la piel de un pelícano muerto queda pegada a una piedra y, a partir de allí, el poeta reflexiona sobre la belleza del cuerpo triunfante sobre la muerte.

Muchas páginas se pudieran escribir sobre José Watanabe. Para los que tuvimos la suerte de conocerlo, podemos decir que siempre fue un amigo cordial (exento de esa sed de prestigio que tienen otros escritores), un artista fiel a la palabra, un orfebre que desmenuzaba cada sonido hasta llegar a tallar una obra: el poema que espera, sediento, al lector en medio del universo.










Comentarios

Anónimo dijo…
Enorme pérdida la de José. Recuerdo sus libros como una sucesiva aproximación a la sabiduría. Versos cada vez más desprovistos de ropaje, palabras cada vez más desnudas y quizás, por eso mismo, extrañamente transparentes. La belleza de su poesía era, libro tras libro, más descarnada cada vez, como si se hubiera propuesto mostrarnos las cosas liberadas de envolturas: belleza y sabiduría en su estado más esencial, en su pura sustancia, en sus puros huesos. Que descanse en paz el gran poeta de El huso de la palabra y Cosas del cuerpo.
Sí, sus libros han trascendido y perforado el implacable muro del tiempo. Watanabe siempre estará con nosotros.

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