CHARLES BAUDELAIRE Y GUSTAVE FLAUBERT, DOS DE NUESTROS CLÁSICOS
Los dos publicaron sus obras fundamentales en 1857: Las flores del mal y Madame Bovary. Ambos enfrentaron procesos judiciales por supuesta inmoralidad, pero posibilitaron el surgimiento de la poesía y de la novela modernas. Ni Rimbaud ni Mallarmé pueden leerse cabalmente sin Baudelaire; Joyce y Proust son herederos de Flaubert. En Las flores del mal aparece París como metáfora de la modernidad: vemos una mendiga pelirroja, el humo de la ciudad, la soledad del hombre en medio de la multitud; en Madame Bovary, el sueño quijotesco de la personaje que confunde la realidad con la ficción y quiere que su vida semeje la de un amante de novelita folletinesca. Baudelaire y Flaubert son hermanos en la Francia decimonónica. El primero no llegó al verso libre, pero anticipó las propuestas del simbolismo de Mallarmé; el segundo experimentó con el estilo indirecto libre, mas no pudo llegar a la fragmentación radical tan típica del vanguardismo narrativo. Aquél plasmó dos poemas fundamentales (“El albatros” y “Correspondencias”), ejerció la crítica literaria con sindéresis y meditó sobre obras musicales y pictóricas, tejiendo lazos entre la pintura, la eufonía y la literatura. Este supo ser un eterno buscador de la palabra exacta y dio (como alguna vez lo dijo Roland Barthes en El grado cero de la escritura) a la prosa la alta calidad artística de un poema. Ambos (Flaubert y Baudelaire) supieron asignarle un mérito a la búsqueda incesante de un método riguroso para la elaboración de las obras literarias. Por eso, ahora son dos de nuestros clásicos.
Los dos publicaron sus obras fundamentales en 1857: Las flores del mal y Madame Bovary. Ambos enfrentaron procesos judiciales por supuesta inmoralidad, pero posibilitaron el surgimiento de la poesía y de la novela modernas. Ni Rimbaud ni Mallarmé pueden leerse cabalmente sin Baudelaire; Joyce y Proust son herederos de Flaubert. En Las flores del mal aparece París como metáfora de la modernidad: vemos una mendiga pelirroja, el humo de la ciudad, la soledad del hombre en medio de la multitud; en Madame Bovary, el sueño quijotesco de la personaje que confunde la realidad con la ficción y quiere que su vida semeje la de un amante de novelita folletinesca. Baudelaire y Flaubert son hermanos en la Francia decimonónica. El primero no llegó al verso libre, pero anticipó las propuestas del simbolismo de Mallarmé; el segundo experimentó con el estilo indirecto libre, mas no pudo llegar a la fragmentación radical tan típica del vanguardismo narrativo. Aquél plasmó dos poemas fundamentales (“El albatros” y “Correspondencias”), ejerció la crítica literaria con sindéresis y meditó sobre obras musicales y pictóricas, tejiendo lazos entre la pintura, la eufonía y la literatura. Este supo ser un eterno buscador de la palabra exacta y dio (como alguna vez lo dijo Roland Barthes en El grado cero de la escritura) a la prosa la alta calidad artística de un poema. Ambos (Flaubert y Baudelaire) supieron asignarle un mérito a la búsqueda incesante de un método riguroso para la elaboración de las obras literarias. Por eso, ahora son dos de nuestros clásicos.
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