NOCHE OSCURA DEL CUERPO (1955) DE JORGE EDUARDO EIELSON /CFC
La poesía moderna, desde Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud, ha meditado acerca de la esfera corporal del ser humano. Superando la fácil dicotomía cuerpo-alma, los poetas modernos han visto que el cuerpo ora sufre las secuelas del discurso del poder, ora cumple necesidades fisiológicas primordiales, ora posibilita una desmitificación de prototipos estéticos clásicos, o bien permite una autorreflexión acerca de las partes (piernas o brazos) que permite profundizar en la fragmentación imaginaria del hombre.
Cuatro poemas pueden ilustrar, con claridad meridiana, las proposiciones antes enunciadas. “El albatros” de Baudelaire devela cómo el discurso del poder se inscribe en el cuerpo del poeta-albatros: los marineros emplean una pipa con el fin de quemar el pico del ave y así impedir a éste la libre expresión de su pensamiento. Las alas de gigante constituyen un óbice para el albatros que no puede volar. Los marineros representan esa sociedad oficial que parece inscribir su deseo de exclusión en el cuerpo herido del ave. Así imponen el discurso del poder: la fuerza se impone sobre el libre juego de los significantes; el monólogo autoritario vence sobre la apertura al diálogo.
El primer poema de Trilce (1922) de César Vallejo configura un espacio de rebelión del cuerpo contra las convenciones establecidas: se relata el acto de defecar como testimonio de la necesidad de la libertad individual. Ser libre no es solo votar en una elección democrática o hablar, sin casi presión alguna, en una asamblea. Ser libre es, fundamentalmente, conquistar un ámbito desde donde realizar de manera autárquica una necesidad fisiológica. Defecar con tranquilidad, para el poeta de Santiago de Chuco, es configurar un espacio donde la fisiología y lo escatológico tengan un desarrollo pleno.
“Venus Anadiomena” de Rimbaud revela una tentativa disímil: la desmitificación de estereotipos acuñados en la tradición colectiva. La diosa de la belleza en el mundo grecolatino se asocia con una travesía donde el equilibrio y la ausencia de lo grotesco son rasgos esenciales. Rimbaud presenta a Venus absolutamente desproporcionada emergiendo de una bañera y cuyo cuerpo divino está, paradójicamente, lleno de aspectos grotescos:
Las caderas llevan grabadas dos palabras: CLARA VENUS;
--Y todo ese cuerpo menea y ofrece su ancha grupa
odiosamente bella a causa de una úlcera en el ano.
La tradición oficial ha grabado en el cuerpo de Venus el deseo de la cultura hegemónica. Sin embargo, el final del poema dibuja una perspectiva desmitificadora: en la modernidad ha triunfado lo grotesco. El poeta alude a ciertos fragmentos del cuerpo excluidos del discurso oficial: la belleza puede revelarse, según Rimbaud, en una úlcera en el ano. Se trata del nacimiento de una estética donde predominan la falta de armonía y la estética de lo feo. Seguidor de Edgar Allan Poe y Baudelaire, Rimbaud parece decirnos que los estereotipos clásicos de belleza quizá deban sumergirse en el silencio y dejar que hablen las partes excluidas de nuestro propio cuerpo.
“Ritual de mis piernas” de Pablo Neruda implica la fragmentación del sujeto en dos partes. El poeta mira sus piernas como si pertenecieran a otro cuerpo, luego observa que “en realidad dos mundos diferentes, dos sexos diferentes/ no son tan diferentes como las dos mitades de mis piernas”. Se trata casi de una fantasía que atraviesa la mente del sujeto: las piernas se hallan divididas en dos partes y cada uno de éstas se diferencia de la otra de manera substancial. Es una fragmentación imaginaria, pues la noción de totalidad corporal ha quedado fuertemente cuestionada. Solo podemos captar un pedazo del rompecabezas. Aquí se me viene a la memoria un verso de “Fábula” de Octavio Paz: “Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado”.
A)ESTRUCTURA DE NOCHE OSCURA DEL CUERPO
Jorge Eduardo Eielson (1924-2006) se sitúa en una larga tradición que remite a la reflexión del poeta moderno acerca de la esfera corporal del ser humano. Núcleo temático esencial de la poesía de Eielson, el cuerpo es abordado, de modo profundo y sugerente, en libros como Habitación en Roma (1952) y Noche oscura del cuerpo.
El título de Noche oscura del cuerpo dibuja los ribetes de una intertextualidad. La cita inicial de San Juan de la Cruz puede resultar algo engañosa: “Era cosa tan serena/ que me quedé balbuciendo,/ toda ciencia trascendiendo”. No es un poemario místico el de Eielson, pues allí no se percibe, con nitidez indubitable, el anhelo de unión con Dios ni una disciplina espiritual de matriz teológico-cristiana. Eielson establece un antecedente ilustre en la obra de San Juan de la Cruz, mas asedia el cuerpo desde una óptica disímil subrayando los distintos matices de la esfera corporal.
Son catorce poemas que desarrollan, desde el título, cinco dominios semánticos del cuerpo: la sucesión temporal (“Cuerpo anterior”, “Cuerpo pasajero”, “Cuerpo último”); las proporciones matemáticas (“Cuerpo multiplicado”, “Cuerpo dividido”); la composición corporal (“Cuerpo de tierra”, “Cuerpo de papel”); las características físicas de índole visual (“Cuerpo vestido”, “Cuerpo transparente”) y la dimensión introspectiva (“Cuerpo enamorado”, “Cuerpo secreto”, “Cuerpo en exilio”).
Pienso que el propósito del yo poético es percibir la fragmentación del propio cuerpo, cuya sustancia de papel o de tierra se desarrolla en el tiempo y permite realizar una introspección poderosa, trazando lazos entre el yo y el otro. Porque no hay sentido ni mundo sin el yo ni el otro. Elijo al azar un poema (“Cuerpo enamorado”) como manifestación del proceso antes descrito.
B)LECTURA DE “CUERPO ENAMORADO”
Miro mi sexo con ternura
Toco la punta de mi cuerpo enamorado
Y no soy yo que veo sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el remanso y ríe
Amo el espejo en que contemplo
Mi espesa barba y mi tristeza
Mis pantalones grises y la lluvia
Miro mi sexo con ternura
Mi glande puro y mis testículos
Repletos de amargura
Y no soy yo que sufre sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el espejo y llora
Verso libre. Ausencia de puntuación. Locutor personaje: el pronombre “yo” se repite dos veces. Los posesivos que remiten a la primera persona parecen danzar de modo interminable. Todos los verbos están en presente. Tono de monólogo: no hay un “tú” explícito. Las figuras retóricas se centran en el yo.
Creo observar en el poema la recurrencia de los fonemas nasales (“m” y “n”) en numerosas palabras. “Miro”, “mi”, “mismo”, “mono”, “milenario”, entre otras. La Retórica acuñó el término “aliteración” para designar esta repetición de fonemas, pero en el poema de Eielson no solo constituye un mero ornamento, sino que contribuye a la transmisión de una determinado significado. Voy a explicar enseguida dicho proceso.
El yo poético plantea que “mirar” es tocar con los ojos y “tocar” es mirar con las manos. La sensación visual únicamente adquiere sentido en relación con la táctil. En la aliteración (“Miro mi sexo con ternura”) se establecen lazos profundos entre el acto de mirar y el posesivo “mi”. Es como si se dijera “me miro a mí mismo con ternura”. Observo dos sinécdoques (parte en vez de todo): el sexo representa al cuerpo como totalidad; la punta, al sexo. ¿Y la ternura? Se trata de una palabra demasiado empleada en la tradición literaria; sin embargo, el autor evita el lugar común yuxtaponiendo “ternura” a la expresión “punta de mi cuerpo”. El contexto produce otro efecto en el lector que distingue una nueva combinación de signos. Así el poema vadea el peligroso abismo del lugar común.
En los versos siguientes hace su ingreso la dinámica entre el yo y el otro. Mirarse a sí mismo es mirar al otro. Solamente podemos comprender plenamente al “yo” si imaginamos que es un “otro”: “El mismo mono milenario/ Que se refleja en el remanso y ríe”. Otra vez el fantasma de la aliteración atraviesa estas líneas. Pero esa repetición sonora posee íntimos lazos con ciertos contenidos semánticos. El “yo” tiene una historia milenaria: pareciera evocarse aquí la transformación del mono en hombre. En efecto, el “mono” reconoce su imagen en el espejo del agua y se sumerge en el gozo. Distingo una imagen de lentitud a través de la atmósfera donde predomina el “remanso”.
Posteriormente, el “yo” contempla su “barba”, la “tristeza”, sus “pantalones grises” y la “lluvia”. Una sensación de soledad y de abandono inunda los versos. Ha triunfado una transformación: antes reía el “mono milenario” y ahora se sumerge en el llanto. Hay una mutación: el remanso se ha transformado en el espejo. Creo que el tránsito de la naturaleza a la civilización constituye la causa que explica el comportamiento del hablante.
En el estadio natural, el mono vivía en un locus amoenus; estaba rodeado por la mansedumbre de las aguas. En el estadio de la civilización, ya no aparece un “remanso”, sino un espejo. Es un objeto creado por el hombre y que produce una identificación imaginaria. El sujeto, especularmente, se reconoce en una imagen y ello produce una profunda insatisfacción. El dolor se vuelve un ente casi corporal. Nuevamente se piensa a través de sinécdoques: el glande es la parte del sexo asociada con la pureza; los testículos revelan un sentimiento de amargura en el hablante.
Solamente podemos hablar del yo como si fuera un otro que sufre: el cuerpo enamorado del hablante ha sufrido un tránsito desde la naturaleza a la civilización. El amor antes implicaba una relación armónica con la naturaleza; ahora, aquél es sinónimo de sufrimiento y de insatisfacción.
C)CODA
Pocas veces un poeta como Eielson ha llegado a reflexionar sobre el cuerpo con tanta hondura. Es como si descendiera a los abismos para emerger con un nuevo rostro al asomar el alba. Por eso, leer a Eielson no solo es rendir un homenaje a un poeta que optó por el exilio en la lejana Milán, sino descubrir los velos de nuestro ser.
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