Emily/ Alexander Campos Soto

Mientes, con el corazón en la mano, siempre mientes. Mientes, sin pronunciar una sola palabra, siempre mientes. Te quitas el abrigo y te sientes pleno, con el estómago vacío pero satisfecho de no hacer nada. Luego procedes a ensayar un desgano mal dosificado con esa mueca de vicisitudes infranqueables que te regalaron los años malbaratados. Un vetusto televisor blanco y negro encendido, una radio portátil en el suelo escupe noticias del espectáculo mientras recibe toda la fuerza del sol que, hostil e impenitente, se cuela por la ventana, y un juego de corbatas sucias colgando de la manija de la puerta. Todo lo miras con atención, mientras mientes: la almohada sobre tus piernas y tus codos sobre la almohada, el terno en una orilla de la cama y una toalla higiénica impecable percude el velador (¿de dónde la sacaste?, ¿dirás la verdad?, no, porque, ambos lo sabemos: tú, mientes). Un vaso de vidrio con agua mineral y dos pastillas para combatir la ansiedad descansan sobre u...