Cómo leer un poema (final)


Terry Eagleton, en el tercer capítulo de Cómo leer un poema, examina el aporte de los formalistas rusos, entre los cuales destacan Viktor Sklovski, Roman Jakobson. Analiza la teoría del extrañamiento o desfamiliarización de los objetos que se logra en un poema, de manera que el lector pareciera ver, por primera vez, "una piedra" liberada de su contexto cotidiano y mecanizado. Principio que, sin duda, tiene sus límites, pues se apoya en la teoría del desvío, por la cual un enunciado poético constituye una transgresión respecto del sentido literal del vocablo. Si se universaliza dicho fundamento teórico, entonce muestra sus límites: hay poemas que se apoyan en el lenguaje cotidiano y que emplean muy pocas metáforas. Posteriormente, Eagleton sitúa a Lotman como un descendiente heterodoxo de los formalistas rusos: "La poesía [según Lotman] activa el cuerpo del significante por entero. Al explotar simultáneamente su sonido, su sentido, su forma, su entonación, su ritmo, su valor simbólico, y un largo etcétera, libera su más intenso potencial" (p. 68). El crítico de lengua inglesa cuestiona lo que llama la "falacia de la encarnación", por la cual el poema "encarna" el significado, es decir, se convierte en las cosas. Aquí, apoyándose en Lotman, Eagleton enfatiza que el poema como sistema es semiautónomo respecto de los otros sistemas como el de la lengua; por consiguiente, si bien hay una relación motivada entre el plano del significante y del significado, el primero no se convierte en el segundo. El autor de Cómo leer un poema remarca que en un poema hay efectos verbales acompañados de percepciones de índole moral, pues un texto poético habla de valores éticos sin caer en una mera enseñanza moralizante o didáctica. En el cuarto capítulo, "En busca de la forma", desarrolla la idea de que las formas literarias no son esclavas del contenido del discurso poético; sin embargo, hay un vínculo entre lo semántico y aspectos relativos a la forma (como rima, ritmo o sintaxis) en un poema. Aquí Eagleton es rotundo: "No todas las declaraciones críticas tienen que consistir en un qué en los términos de un cómo. Pero se puede afirmar, sin embargo, que el acto prototípico de la crítica es exactamente ése" (p. 83). Y en la poesía lo es de modo más radical, pues los rasgos formales son, sin duda, constitutivos del significado; pero no son siervos del sentido del poema. El profesor de la Universidad de Manchester examina una situación sumamente ilustrativa: la forma contra el contenido en un texto poético. Muchas veces, cometemos el error de penar que hay una coherencia exhaustiva entre el significante y el significado; no obstante, este principio debiera ser matizado. La forma de un soneto muy barroca podría entrar en contradicción con el sentido que enfatiza la idea de volver a la vida sencilla de un pastor, es decir, la orquestación lujosa frente a la defensa del simplicismo cotidiano como propuesta vital. Sustentándose en la óptica de la pragmática lingüística, Eagleton dice que el poema es un acto performativo: "los poemas son acciones, no meros objetos en una página" (p. 110). Si uno alaba la humildad como virtud --sostiene Eagleton-- con un tono amenazante, entonces estamos en una contradicción performativa, porque hay una oposición entre el poema como acto (amenaza) frente a la orquestación formal (la humildad). Ello no es un defecto del texto artístico, sino una característica esencial del mismo. En el quinto capítulo, el autor desmitifica que la crítica literaria sea solo síntoma de banal subjetivismo: "Pero, para empezar, debemos hacer notar que el hecho de no ponerse de acuerdo sobre un asunto no necesariamente conlleva la presencia de subjetivismo" (p. 127). Luego precisa algunas categorías muy útiles para el análisis poético: el tono ("modulación de la voz que expresa una actitud particular o un sentimiento", p. 143), la altura (alta, grave o intermedia), la intensidad (apagada, enardecida, lenta, por ejemplo) y la textura ("radica en el modo en que un poema teje sus diferentes sonidos en estructuras reconocibles", p. 149). En el sexto y último capítulo, Eagleton ejemplifica los conceptos antes esbozados en el análisis de poemas muy representativos de la tradición de lengua inglesa: "Oda al atardecer" de William Collins; "La segadora solitaria" de William Wordsworth; "La grandiosidad de Dios" de Gerard Manley Hopkins; y "Cincuenta haces de leña" de Edward Thomas. El libro termina con una reflexión acerca de la importancia de la estructura del poema, en efecto, "una atención más perspicaz hacia la forma presenta a ésta como un medio de la propia historia" (p. 199). La poesía es, al decir de Eagleton, algo reacia al análisis político; pero ello no implica que aquella sea imposible de abordar desde una óptica sociohistórica. Cómo leer un poema es un ensayo notable porque ofrece una visión distinta acerca de cómo acercarse dialógicamente un texto poético sin ceñirse, de modo dogmático, a un solo método, ni caer en el abismo del contenidismo, modalidad solapada de pigricia intelectual que deja en el tintero el análisis de la sugestiva forma literaria, testimonio insoslayable del oficio de un artista.

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