LA TERCERA CARACTERÍSTICA DE LA POESÍA MODERNA



Una tercera particularidad de la poesía moderna[1], desde Baudelaire hasta nuestros días, radica en el papel que cumple el significante en el poema. Como sabemos, el signo lingüístico se compone de significado (el concepto) y de significante (la imagen acústica). Por lo tanto, el significante es el fonema o conjunto de fonemas que se liga a un determinado significado.
En la poesía moderna, el significante cobra una cierta autonomía respecto del significado. Por ejemplo, en un caligrama (poema que “dibuja” una manzana o un árbol, por ejemplo), el conjunto de fonemas, representado mediante letras, forma una determinada figura y, si bien se liga con un determinado sentido, adquiere primacía por sí mismo al poder ser decodificado (descifrado) como si fuera un cuadro. La jitanjáfora (“enunciado carente de sentido que pretende conseguir resultados eufónicos”, según el diccionario de la Real Academia Española) constituye poemas cuyo significado no queda claro, pero que adquieren relieve debido a la asociación, algo arbitraria, de los fonemas, uno detrás de otro.
Altazor (1931) de Vicente Huidobro implica la descomposición de la palabra desde el poema en prosa hasta la desintegración del lenguaje reducido a un conjunto de fonemas, es decir, a puros significantes.
Trilce (1922) de César Vallejo manifiesta un interés “obsesivo” por el significante desde el punto de vista estético. En el poema II, tenemos el siguiente verso: “Qué se llama cuánto heriza nos?”; allí observamos que el neologismo “heriza” implica la unión de dos palabras: “herida” y “erizar”. Obviamente, Vallejo ha querido transmitir un abanico de significados, pero el juego con el significante adquiere tal preponderancia que es indicio de un trabajo formal minucioso con el lenguaje.
El poeta de lengua francesa Saint-John Perse (véase su foto arriba) tiene un poemario cuyo título es Amers (1957), que se suele traducir como Mares; pero, en realidad, se trata de la unión de “mers” (“mares”, plural de “mar” que es femenino en francés) y “amères” (“amargas”).
Dicha preocupación por el significante evidencia un cuestionamiento de la racionalidad utilitarista que prima en el mundo moderno, donde se suele reducir las palabras a los significados y se olvida el carácter lúdico del lenguaje. Es decir, el poeta juega con las palabras, pero se trata (para usar un oxímoron[2]) de un juego demasiado serio porque cuestiona la racionalidad utilitarista y abre unas enormes posibilidades de interpretación para el lector.

NOTAS
[1] Véase, en los archivos de enero de 2007, un artículo sobre los rasgos de la poesía moderna. Estamos desarrollando cada característica por separado.
[2] Figura retórica que implica una contradicción entre sustantivo y adjetivo, por ejemplo, “oscura claridad”.

Comentarios

Danelí dijo…
Vaya, qué interesante apuesta...
He leído todos los libros a los que haces mención (exceptuando el del francés), y bueno, te digo que me ha encantado tu espacio, yo soy chilena y estoy estudiando Pedagogía en Castellano, razón por la cual me intereso en estos rincones tan curiosos.

Un saludo a la distancia.
Hola Danelí:
Veo que Trilce y Altazor son dos de tus libros favoritos. Coincidimos. Gracias por tus comentarios. Ojalá te animes a enviarme algunos de tus poemas para publicarlos en mi blog. Un saludo desde Lima.

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